miércoles, 16 de marzo de 2016

Reflexión sobre la innovación y el desarrollo en el contexto del “financierismo”

El Profesor Omar de León caracteriza el proceso de innovación como la práctica que emerge de la interacción, del trabajo de los grupos y las redes para superar las estructuras preexistentes que no dan respuesta a las necesidades del momento. Surge, pues, de un proceso necesariamente grupal. Pero creo que esto entra en clara contradicción con el modelo social en el que nos vemos inmersos en la actualidad: no puede haber interacción sin una cultura de lo público, y en el contexto actual de neoliberalismo y “financierismo” se interioriza que la única (o la mejor) forma de triunfar es a través del emprendimiento, siendo el emprendedor por definición uno solo, y la innovación no puede ser sino con otros. Por ello la administración debe tener el papel de catalizador, de creador de conexiones.
Estoy de acuerdo en que el estado puede promover un modelo social en el que el “asistencialismo” narcotice las interacciones sociales y la auto-organización, pero el Estado debe ser el garante de que todos estemos en el mismo punto de partida a la hora de crear vida pública (política) y económica, que todos podamos organizarnos y crear colectivos, no solo facilitando las condiciones técnicas para el proceso, sino sobre todo formando y educando a la población en una cultura de lo social, de lo colectivo y grupal, de lo compartido.
El desarrollo y la innovación debe ser social. En la vorágine actual solo se concibe el desarrollo como económico, propio de la lógica capitalista de crecimiento perpetuo, que se autorregula con crisis cíclicas, que no son más que el síntoma de una enfermedad estructural. Y para que la innovación no se transforme solo en económica y tecnológica (que también) y pueda y deba ser social, el Estado es ese “tercero”, mediador, que tiene que poner el valor en el proceso socializador, en lo común, ya que la lógica de las empresas no tiene por qué ser la de la redistribución, sino la de la competitividad, del acaparamiento y del oligopolio. Puede que las PYMES de hoy, sean las empresas oligopólicas del mañana, pues el sistema económico está diseñado para ello.
Está claro que lo privado puede ser más eficiente, ya que la lógica es la de generar beneficios, pero es precisamente esa lógica del beneficio la que produce fenómenos como la deslocalización, la explotación infantil o la pérdida de derechos de los trabajadores y el intento sistemático de muchas empresas de maximizar el beneficio que se obtiene de ellos. Por ello me resulta óptimo que en el Estado no prime de manera absoluta el concepto de “eficiencia”, si bien también se debe tener en cuenta, sino el de justicia social y redistribución, que sea un contrapeso efectivo al “financierismo”.
Y para “superar las estructuras preexistentes que no dan respuesta a las necesidades del momento”, que en mi opinión actualmente son los organismos supranacionales como el FMI, el BCE, agencias de calificación, etc, que en ningún caso han sido democráticamente elegidos pero que tienen mayor impacto en la vida de la población que muchas de los organismo de la administración, necesitamos reforzar la soberanía del Estado y de los ciudadanos que lo componen, para fomentar una innovación que redunde en el común de la sociedad. También es vital que el Estado sea reflejo de la voluntad popular, que el ciudadano no sea mero sujeto fiscalizador, sino que participe de forma activa en la esfera política, siendo para ello fundamental, como ya hemos dicho, que el Estado fomente esa cultura de lo público.

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