jueves, 24 de abril de 2014

Quiero volver

Quiero volver.

Desde hace varios días que estoy extrañando la docencia. Extraño estar en una sala de clases con 40 o más estudiantes y sentir que soy útil para todos y cada uno de esos niños y adolescentes, extraño explicar en un pizarrón algo tan básico como el modelo de comunicación de Jakobson, extraño tener que llamar la atención de alguno o alguna de ellas por estar distraídos, pero por sobre todo lo que más extraño es tener las conversaciones de temas cotidianos en donde frecuentemente nuestras risas se mezclaban sin distinción alguna. Aunque, como ya he mencionado, trabajaba con estudiantes a los que yo doblaba en edad, extraño estar en una sala y sentirme a gusto, porque la complicidad que lográbamos era especial.
Durante estos días junto con el sentimiento nostálgico que me invade al recordar los días de la docencia también me he cuestionado si fui un buen profesor, si acaso ejercí la profesión con el rigor que amerita preparar a los niños y jóvenes del futuro, si acaso la huella que dejé en ese transitar será recordada o dejada en el olvido. Increíblemente hoy he encontrado respuesta a esta interrogante, ya que luego de compartir la comida con tres de mis compañeras de máster he tomado un mini libro de mi habitación (se titula “Minuto de Sabiduría”) y les he ofrecido un mensaje a cada una de ellas con motivo de celebrar el “Día del libro”. La respuesta no estuvo en dicho acto, ni mucho menos en los mensajes que trae el mini libro, la respuesta apareció cuándo me preguntaron de dónde había sacado ese mini librito (que tiene pinta de ser un poco bíblico) y les dije: me lo regaló una de mis estudiantes antes de venirme a España con la indicación de que podía consultarlo cuando me sintiera solito (sí, solito, en diminutivo, porque en Chile el diminutivo es también representación de afecto).
Tras esos breves segundos en los que expliqué el origen de la obrita (palabra del autor en la presentación del texto), recordé todas las muestras de cariño que recibí por parte de muchos de ellos en la despedida. Recordé frases que en varias cartas (algunas hechas con hojas de cuaderno y otras compradas en tiendas) mis estudiantes me dedicaron: cuídese, aprenda, disfrute, conozca por mí…,  gracias por…, disculpe por…, lo vamos a extrañar…, etc. Así fue como entendí que no lo había hecho mal (porque quiero ser enfático en decir que no creo haya representado el modelo ideal de profesor, cometí errores, tuve tropiezos y es probable que más de alguno me recuerde con cierto resentimiento). No lo hice mal, porque más allá de haber sido o no un buen profesor, fuimos cómplices en ese proceso que técnicamente denominamos de enseñanza-aprendizaje. Fuimos cómplices porque en los minutos justos y necesarios no había un profesor y unos estudiantes entre cuatro paredes, había personas dialogando, conversando, discutiendo, escuchándose y respetándose; fuimos cómplices porque nos apreciábamos, porque siempre intenté aplicar los dos únicos consejos que me dio mi profesora de infancia cuando se enteró de que yo seguiría sus pasos: nunca dejes a un estudiante con la mano levantada, con una inquietud no resuelta y aunque un estudiante te diga que 1 más 1 es igual a 3, tú siempre hazle saber y sentir que está en el buen camino porque lo ha intentado.
Debo aclarar que he escrito estas líneas porque me instan a escribir, porque muchas personas me han dicho que es bueno, que es sano, que es catártico. A mí no me gusta escribir, lo hacía con frecuencia cuando era niño, pero ya no. Escribía poesía (participaba en concursos literarios y más de algún premio me llevé a casa y a la escuela), pero dejé de hacerlo cuando uno de los profesores de literatura pretendía que yo cambiase algunos versos y agregara de forma textual los suyos en mi creación. Dejé de escribir cuando ese profesor quiso imponerme su estilo. Recuerdo que en esa época comencé a decidir que estudiaría pedagogía (más adelante el factor decisivo fue la vocación social), me prometí que si en el futuro llegaba a pisar una sala de clases en el rol de profesor jamás sería como ese que mató mi gusto por la poesía, quería reivindicar las malas prácticas. A mí lo que me gusta ahora es escuchar, hablar, enseñar y aprender.
Hoy, más que antes, siento la necesidad de volver al aula. Quiero estar con los estudiantes, quiero contarles mis experiencias en este lado del mundo, quiero que me cuenten sobre ellos, sobre sus vidas, sus anécdotas, lo que hicieron, lo que quieren hacer. Hoy más que nunca quiero volver a ser profesor aunque  ello signifique más de algún sacrificio (fines de semana corrigiendo columnas de exámenes u horas interminables preparando material), puesto que lo que los estudiantes me entregan, lo que aprendo de ellos, lo que vivo con ellos, sencillamente no tiene precio.

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